Cavorite se ofrecía a lavar la tina de mi baño con su propio líquido lavabaños. Me daba vergüenza pensar que la tina pudiera estar así de sucia.


Estoy en un colegio con niños chiquitos. Están presentando sus proyectos de fin de año. Amber también está y presenta el suyo, que es una especie de disfraz de mariposa de papel con algo escrito encima. Me toca el turno a mí pero yo no estoy preparada, no tengo nada. Están esperando que yo hable en francés pero yo tengo miedo de hablar en francés. Le explico a la profesora, que es Gloria de Fernández (mi profesora de español de primaria), que yo he estado enseñándoles a los niños todo este tiempo y es la primera vez que vengo a esta clase como estudiante. Parece que harán una excepción conmigo, así como pensaban hacerla con alguien más.

Me muestran una película de dibujos animados donde Cavorite es uno de los personajes. Se parece a como lo dibujo yo, pero pienso que mi rendición es mejor.

Durante un tiempo largo en duermevela estoy convencida de que estoy acostada en mi cama en Bogotá.


Iba a comer en un restaurante con el amigo peruano de Azuma en Tokio. Él esperaba que yo lo guiara por ahí pero yo estaba mal de un pie y estábamos en un barrio donde no había nada, así que me rehusaba a seguir caminando. Él se ponía de mal genio y yo me ponía peor. Claro, si a él no le importaba ni que ese fuera un barrio oscuro con todo cerrado ni que yo anduviera cojeando aguantándome el dolor.

Estaba en un apartamento de paredes de mármol beige. Estaba casada con mi vecino. Éramos de esas parejas que hablan en el baño mientras uno se baña y otro está en la taza. Lo miraba de abajo a arriba. Tenía panza. Pensaba que a todos los hombres tarde o temprano les salía panza. Nos enterábamos de que iba a haber una catástrofe a la altura de Holanda (o eso adivino del mapa que veía en el sueño), así que nos preparábamos para huir a España. De repente ya no estaba con él sino con mi mamá y mi hermana, y ya no íbamos a huir sino que nos íbamos de paseo. Mis gafas aparecían rotas. Mi mamá me preguntaba si no podría aguantarme el paseo sin gafas, viendo los edificios un poco borrosos. "No alcanzo a ver siquiera los edificios", le respondía. Recordábamos el episodio en que a mi papá le había tocado andar por Buenos Aires sin lentes. Caía en cuenta de que tenía los lentes de contacto para reemplazar las gafas aunque con ellos no vería bien por un ojo.


  1. Hablaba con mi abuelo materno. Le tocaba la cara y las manos para no olvidar la textura de su piel.
  2. Me enteraba de que Yin se ganaba una beca para estudiar en Alemania. Me alegraba mucho.


Trabajaba en un edificio inmenso en Londres. La ruta del tren que tomaba para ir a trabajar tenía una caída como de montaña rusa justo antes de llegar a mi estación. Era tan divertido que sospechaba que esto era un sueño. Me costaba mucho trabajo tomar un ascensor desde el primer piso, ya que las puertas se abrían y cerraban muy rápidamente y no alcanzaba a entrar. Por fin lograba abordar uno junto a dos compañeros que al parecer tenían un romance. Yo esperaba que aprovecharan el tiempo en el ascensor para darse besos o algo pero no hacían nada. Yo miraba a la mujer de esta pareja y me daba cuenta de que no podría asegurar si era mujer cisgénero. A veces el ascensor iba muy rápido y daba vértigo. Mi trabajo no era muy bueno; de hecho yo consideraba que el ambiente era bastante sexista y me quejaba con otros dos compañeros, que eran los geeks de Freaks and Geeks.

De repente estaba con mi familia frente a la puerta principal de este mismo edificio, listos para hacer un recorrido turístico de las instalaciones. A la entrada había un mapamundi gigante de espuma. Alrededor había muchos turistas sentados. Al parecer era muy difícil conseguir permiso para entrar, pero mi mamá lo lograba. Con mi papá debatíamos entre esperar a nuestro guía afuera junto al mapamundi o adentro en el lobby de los ascensores.


Mi familia y yo estábamos visitando una especie de complejo vacacional con museo incluido. Queríamos ver una exposición de cefalópodos gigantes suspendidos en resina. Los edificios del complejo estaban separados por algún cuerpo de agua. Cruzando de uno a otro me daba cuenta de que podía caminar sobre el agua, pero tenía que correr para lograrlo (como en esos experimentos con coloides). Mi papá pensaba comprar un apartamento en el lugar porque en el trabajo se lo exigían. El apartamento que estábamos mirando tenía genkan y los acabados bastante improvisados aunque antiguos. El genkan era uno de los requisitos impuestos por los empleadores de mi padre para el inmueble que debía adquirir.

Seguíamos recorriendo los espacios y en una sala nos encontrábamos a mis abuelos maternos y mi bisabuela. Yo hablaba con mi abuelo tomándole la mano. Era muy suave. Mi bisabuela me reclamaba porque yo la había ignorado. Yo la abrazaba. Estaba emocionada de estar con ellos pero angustiada al mismo tiempo: temía que esta fuera la última vez que los vería.


Estaba buscando libros para niños de la colección Barco de vapor en una librería, en especial "Historias de Ninguno". Creía que lo encontraba, pero el título resultaba ser "Historias de género".


Estaba en una tienda en Tokio a punto de pagar unas papas de paquete. En realidad era un paquete grande con varios paqueticos adentro, cada uno con cuatro papas fosforito. Quería comprarlo solo para tomarle foto y publicarla en el blog, pero a la hora de pagar me daba cuenta de que tenía puros billetes colombianos. Una japonesa se acercaba a la caja y decía que necesitaba una grapadora pero no la encontraba. Yo le decía "文房具の専門店に行ったらどう?" ("¿y si vas a una papelería especializada?"). El señor de la caja le recomendaba que fuera a Loft. Me decía que quería escucharme hablando japonés pero yo no alcanzaba a oírlo bien y se lo decía, aunque quería decirle que estaba sorda. Todo esto en japonés, claro. Le pedía al cajero que me guardara el paquete mientras iba al cajero automático.

En el camino al cajero me encontraba a Christopher Walken, quien era muy bajito y ya estaba bastante viejo. Estaba vestido como en el video de "Weapon of Choice". Luego me encontraba a Madonna en la sección de maquillajes de una tienda por departamentos. Tenía la nariz y la boca negras, como si se hubiera golpeado. Se veía vieja pero me parecía hermosa y se lo decía. Le decía (en inglés) que yo creía que la belleza de ella era solo cosa de la televisión pero ya me daba cuenta de que no. Ella se ponía contenta y me daba un besito en la boca. Sus labios se sentían duros.


Viajaba con mi mamá por Upstate New York. Tenía que encontrarme con ella en The Hamptons. Yo había estado quedándome en algún lugar y el paseo hasta el lugar de encuentro resultaba mucho más largo de lo esperado. Caía en cuenta de que no había hecho check-out en el hostal y había dejado todas mis cosas regadas por ahí. Esperaba que no me robaran nada.

Iba en un tren. El paisaje alrededor era oscuro, vacío y cubierto de nieve. Alguien me decía que así eran el norte de Estados Unidos y Canadá. Yo decidía que nunca jamás viviría en Canadá.

De repente estaba en un bus con mi mamá y otras señoras. Ella había descubierto que ellas hablaban español y ahora departían incluso con el conductor, que también era latino. Yo iba detrás, callada. Una de las señoras preguntaba por mi ukulele, que tenía sobre el regazo. Llegábamos a un pueblo y el conductor advertía que lo mejor era no detenernos en el paradero porque se podrían subir homófobos a atacar. Seguíamos por entre un bosque.

Llegábamos a The Hamptons. Nos íbamos a quedar en una mansión antigua abandonada. Preguntaba a quién pertenecía la casa, porque me parecía un poco sospechoso ocupar lugares ajenos así sin más. "A todos, ¿no ves que es un manor?", me decía una anciana. Era como si en el pueblo solo quedaran sirvientes ancianos que nos dejaban ocupar las casas de sus amos.

De repente estaba sola en la casa. Aparecía un anciano y yo me asustaba muchísimo. Él me tranquilizaba. Aparecían cosas de la nada sobre una mesa y yo descubría que se trataba de una máquina del tiempo a través de la cual Cavorite me estaba dejando mensajes. Me dejaba una partitura de una canción.


Iba en bus en Bogotá. Pasaba frente a un museo de parques de atracciones. Desde afuera se alcanzaba a ver que estaba lleno de carrozas inútiles y mesas que parecían sacadas de un ponqué de matrimonio de los años sesenta. Había familias almorzando en las mesas. Pensaba invitar a Yurika algún día al museo. Un poco más adelante en el camino el copiloto se ponía a tocar guitarra. Me aburría y decidía bajarme pero me daba cuenta de que me había pasado de mi parada, aunque no sé adónde iba. Me bajaba en una vía destapada al lado de un caño. Las casas al otro lado del caño estaban en obra gris, las que estaban al otro lado de la calle eran de interés social. Desenredaba los audífonos del iPhone, me los ponía y me ponía a caminar. El día era soleado y caluroso.


Tenía dos ukuleles, el de concierto y un tenor. Aún me faltaba un ukulele soprano para completar mi colección.


Soad y yo estábamos en la cocina de la casa en Bogotá. Yo llegaba con una bolsa de pescado para cocinar pero me daba cuenta de que los peces aún estaban vivos. Eran amarillos con blanco y negro. Cada uno estaba en una bolsita individual con agua. Soad decía que era una crueldad matarlos. Yo le decía que necesitábamos entonces un acuario y ella quién sabe de dónde sacaba instantáneamente un acuario grande y lo ponía en el piso. Lo llenábamos de agua y metíamos un par de peces a los que se les habían reventado sus respectivas bolsas. Desplegaban unas aletas hermosas como las bailarinas y cambiaban de color, pero no duraban mucho y al cabo de unos minutos ya estaban nadando de lado. Yo recordaba del manual de cría de peces que leía y releía cuando chiquita que había que dejarlos en el agua pero dentro de la bolsa durante media hora (no sé si esa es la cifra real) para que se aclimataran, así que metíamos todas las bolsitas en el acuario. Creo que después había una discusión de las cosas que podían pasar y las que no podían pasar cuando uno sabía que estaba soñando. En la cocina todo era oscuro y azulado.

Después soñaba que Yoshihara Sensei me ponía sobresaliente en mi independent research paper con una nota que explicaba que el trabajo estaba muy bien hecho pese a no haberme encontrado con ella para asesorías ni una sola vez.


Estaba en el campo con mi mamá, tal vez en Anolaima. Ella me regalaba una especie de ringlete con el que me divertía un montón mientras tomábamos fotos. Después íbamos a recoger naranjas.

De repente estaba en Bogotá. Iba a un supermercado y compraba un pack de diez jugos Piti. En la caja me quitaban uno pero no me decían nada ni me devolvían la plata. Así, sin más, rompían el plástico, sacaban un jugo y me entregaban el paquete deshecho. Yo me quejaba y el administrador me trataba mal. Por un momento contemplaba la posibilidad de robarme el jugo que me habían robado (el de pera) pero desistía. La cajera me decía en secreto que el administrador era así de deshonesto y el engaño de los jugos venía pasando sistemáticamente gracias a la estantería defectuosa en la que estaban dispuestos. Intentaba explicarme otro poco sobre el funcionamiento irregular del supermercado pero no la podía oír bien porque se había alejado de las cajas. Me acercaba a ella y de pronto se la llevaban para demostrar una plancha de pelo en su cabeza. La rodeaban las cámaras mientras le halaban el pelo y se lo planchaban. Yo iba a una caja diferente e intentaba devolver el paquete y que me devolvieran la plata. Me respondían de mala manera que no. Explicaba que yo acababa de volver de Japón y en Japón se podían devolver las cosas en los supermercados. Me decían que en Colombia era distinto, amenazaban con llamar al administrador y me tocaba quedarme sin mi jugo y sin mi plata. Maldecía mi regreso.

Visitaba a una tía abuela que en realidad no tengo. Estábamos montadas en un tren, en un vagón sin carrocería y cubierto de grama, y veíamos pasar casas gigantescas, unas derruidas y otras muy bonitas. La tía se recostaba contra mí. Nos cruzábamos con otro tren. El maquinista era un tipo de ojos azules muy bonito, gringo. Me preguntaba mi nombre. Conversábamos un poco. De repente estábamos en una de las casas derruidas el maquinista, otra gente y yo. Había otro extranjero posando para unas fotos. Los espacios de las ruinas eran hermosísimos, cubiertos de gravilla y con mucha luz interesante como para tomar fotos.


Volvía a Naoshima, aunque no se parecía en nada a Naoshima. Había línea férrea en la isla. Yo tenía que encontrarme con alguien (no recuerdo quién), y tomaba el tren. Recordaba haber tomado el ferry y estaba sosteniendo el tiquete de este trayecto. Me pasaba de estación. Estaba rodeada de ancianos. Decidía bajarme donde todo el resto lo hacía. Resultaba colada en una visita a una fábrica. Intentaba salirme de la fábrica sigilosamente pero de repente una señora con pinta de secretaria de la universidad (señora mayor amable) llamaba mi nombre. Yo estaba subiendo unas escaleras pero me sentía cada vez más débil. Quería ignorar a la señora pero ella me veía desde los escalones superiores y me preguntaba por qué no respondía si me necesitaban urgentemente. Alguien me estaba buscando. Era mi mamá. Yo no podía creerlo. ¿Cómo me había localizado? (La lógica del sueño dictaba que ella había trazado la información de mis tiquetes de viaje comprados hasta ahora.) ¿Por qué no me había llamado al celular? Ahora ella estaba abrazándome y llorando de la emoción. Yo quería llorar pero no tenía fuerzas. Le confesaba que estaba muy enferma. La secretaria nos llevaba a una especie de consultorio localizado en lo que parecía ser un centro comercial de barrio. Me traían un montón de comida rica. Solo recuerdo que había gyouza.

Aparecía M., la ex amiga que me odia. Había estado intentando saludarme pero yo la había ignorado en medio del ajetreo de mi mamá y la convalescencia y la confusión resultante. Me sonreía ampliamente y me preguntaba por qué no la reconocía. Yo le decía que estaba enferma y le preguntaba a otra señora japonesa por qué había aparecido esta niña, cómo había llegado hasta acá. No podía explicarme en absoluto su cambio de actitud para conmigo. Entonces ella me decía que todos estábamos muertos y por eso nos estábamos encontrando. Me costaba creerlo.

De repente me encontraba intentando subir otra escalera pero dentro de una casa en la misma Naoshima. Alguien iba a bajar, un japonés de unos sesenta años, y yo estaba bloqueando el paso porque de la debilidad no podía avanzar y me costaba retroceder.


Estábamos en la casa de mi tía con mi familia y Cavorite. Él tenía carro y salía a dejarlo no sé dónde mientras mi papá golpeaba donde los vecinos para gritarse con una señora porque nos había rayado la puerta del garaje con su carro o algo así. Mi mamá decía que últimamente mi papá andaba peleando con todo el mundo menos conmigo; yo decía que eso se debía a que yo sabía cómo tratarlo. De repente tenía la certeza de que esto era un sueño y decidía despertar para comentárselo a Cavorite, quien estaría durmiendo al otro lado de la cama.

Abrí los ojos. No hay nadie a mi lado. Esta no es una cama sino un futón.


Todas las del curso íbamos a un evento en Yokohama. Una de ellas tenía un vestido negro transparente de la cintura para arriba (y no llevaba brasier) pero no se daba cuenta sino hasta que me encontraba mirándola. Se veía lindísima. Se avergonzaba pero yo le decía que debería hacer como si fuera a propósito y mostrar sin pudor. Otras compañeras estaban de acuerdo y la instábamos a que se quedara así. Yo no podía dejar de mirarla.


La casa de mis abuelos paternos tenía cuartos secretos que recién descubríamos. Uno de ellos era un cuarto congelado con pingüinos.


Montaba bicicleta mientras acompañaba a mi familia en un paseo por algún lado de Bogotá, supongo que por los lados de Santa Ana. Cruzaba un puente peatonal.


Estábamos mi hermana y yo en un supermercado donde vendían una especie de ahuyama gigante llamada "gen" (ゲン). Yo me preguntaba qué significaría "gen", si "gan" es cáncer.

Existía un tren especial cuya velocidad provenía de un avión F-14 (que más parecía un X-Wing) conectado a uno de los vagones. Mi hermana y yo nos montábamos en el avión y el piloto nos explicaba cosas mientras nos llevaba. De pronto estábamos recorriendo Ginebra en el avión. El piloto nos explicaba que ahí quedaba un museo de un inventor importante. Era un lugar muy colorido. Yo tenía puesto un collar azul que imitaba las letras del nombre del inventor que estaban grabadas en una torre de agua del museo. A mi hermana le parecía espectacular. A la entrada del museo había un problema con el precio de la boleta. Me hablaban en francés pero a mí solo me salía el japonés. Mi hermana hablaba alemán fluido aunque con pronunciación chistosa.

En el museo nos encontrábamos a una antigua compañera de Los Andes que me detesta. Nos saludábamos y teníamos una conversación bastante aburrida con sonrisas forzadas, pero finalmente a mí me daba por hacer algún chiste mordaz y ella se ofendía. Mi hermana me decía que yo me había burlado demasiado y ahora ser amable no resolvería nada. Así pues, volvíamos a ignorarnos mutuamente como de costumbre.

Llegábamos a otra sección del museo. Aparecía Cavorite. Estaba contento de verme, me daba besos y me llevaba de la mano. De pronto estaban ahí mi tío Ju. y mi prima y nos recogían en su carro. Yo todavía quería seguir recorriendo el museo.


"そうだ。Verschiedene Mode."


Veía un programa que era algo así como Los Simpson + El Chavo doblado por fans.
Incluso el tema principal (que era Yo Yo de Rose Royce) lo tarareaban a capella bastante desafinado. Al título le agregaban la palabra "atravezado" (sic) y a mí me daba rabia la mala ortografía.

Por otro lado, Cavorite me gustaba de frente pero no de perfil. De perfil se veía rarísimo.


  1. Encontraba en mi inbox varios mails de j., pero eran puros links.
  2. Veía una película de acción con un elenco estelar que incluía a Jean Reno. Al final salían los créditos para los actores más jóvenes, pero de los veteranos solo mostraban un ojo. Se asumía que eran tan famosos que uno los reconocería. Con Jean Reno funcionaba, al menos.


Comía ramen con carne molida en un restaurante. Le ofrecía una parte de mi comida a unas personas que me decían que era bueno tener una judía en la familia —refiriéndose a mí— y hablaban de los judíos como si fueran mascotas con apodos. A mí me parecía indignante pero no decía nada para no arruinar el almuerzo.


Estábamos de viaje en Taiwan, subiendo un cerro altísimo en funicular. Teníamos un nuevo hermanito. Yo me preguntaba si sería contraproducente para el niño tener hermanas al menos veinte años mayores que él.


Me estaba preparando para ir a un evento tipo Woodstock. Tenía un morral lleno de ropa hippie setentera y estaba dispuesta a pasar días escuchando música al aire libre con un montón de gente. Las cosas a mi alrededor eran de colores tierra. Después me enteraba de la muerte de Jane Fonda.


Iba a un museo de noche. Entraba a una especie de vitrina donde estaban haciendo una actividad no sé exactamente de qué tipo, pero incluía vapor. La guía me pedía que me subiera la camiseta hasta justo abajo del pecho y me bajara el pantalón hasta abajo del ombligo. Me explicaba que se trataba de un ejercicio de aceptación del propio cuerpo encaminado a la reforma de los ideales de belleza femenina. Era difícil, teniendo en cuenta la grasa acumulada y la presencia de pelitos en el área expuesta. Después veía una foto de Cavorite barbudo. Rarísimo. Finalmente alguien me invitaba a entrar a un edificio porque quería mostrarme la habitación de Antanas Mockus.


Compartía comida grasosa con un grupo de personas en una mesa en la calle. Iba a viajar en shinkansen pero mientras buscaba mi tiquete se me enfriaban las manos y me dolían mucho. Buscaba mis guantes en vano. El dolor era insoportable.


Por alguna razón me tocaba compartir cama con mi vecino. Me daba besos con él pero ni yo le atraía a él ni él a mí. Era algo que hacíamos así como porque sí.


Estaba caminando por la calle con mi familia. Les mostraba una proyección sobre una pared de unas fotos que había tomado en un paseo. Al tocar la pared cambiaba la foto, y si caminaba tocándola las fotos cambiaban tan rápido que parecía una animación. Se veía una multitud y luego aparecíamos caminando j. y yo. Parecían ser las fotos de algún paseo que habíamos hecho juntos. Me daba un poco de vergüenza mostrarlas pero ellos se distraían cuando nos topábamos con la ventana del baño de la casa de mi tío. Alguien me pedía que me asomara para saber cuál de mis primas estaba adentro bañándose, pero yo decía que era incapaz. De pronto aparecía j. con unas gafas feísimas del otro lado de la calle. Yo salía corriendo a su encuentro, le daba un abrazo larguísimo y le decía que ahora se parecía al número dos de la mafia setentera. No recuerdo qué explicación me daba para el uso de esas gafas. Él saludaba a mi mamá.

Estábamos así contentos hablando cuando empezaba una revuelta en la calle. Había muchos disparos por todos lados y yo me perdía de mi familia. Corría de la mano de j. Le decía que si nos tocaba separarnos para huir quería que supiera que lo amaba. Él decidía emprender la huida pero conmigo. Esto no lo decía: simplemente me halaba. Corríamos hasta llegar a un punto de la ciudad que no había sido tocado por el caos aún.

De repente estábamos en un recinto oscuro e inmenso. Al parecer habíamos tenido que seguir huyendo y llevábamos mucho tiempo en esas. El lugar tenía miles de cruces sobre las paredes. Estábamos en la parte superior de unas escaleras localizadas hacia un lado del recinto; nos asomábamos por la baranda y veíamos que abajo era igual de oscuro y no había sillas ni nada. El sitio me daba mucho miedo y yo se lo manifestaba. Él parecía tener una especie de fe en algo y decía cosas que yo no entendía, conjuros o mantras o algo por el estilo. En todo caso él sabía de esto más que yo. Me abrazaba y luego nos lanzábamos a bajar las escaleras a toda, sin soltarnos las manos, mientras aparecían demonios grises voladores que evadíamos. Llegábamos a otro lugar más luminoso donde había más gente.

A mí se me ocurría que todo esto debía ser un producto de la imaginación, así que podríamos combatir esos demonios gritándoles que no existen. Sin embargo, ellos seguían atacando. Uno de ellos me daba una palmada en la mano cuando lo señalaba. A alguien de la multitud se le ocurría que podríamos ignorarlos entre todos. Se sentaban uno a uno en el piso y los demonios desaparecían, pero las personas que lo hacían se desaturaban completamente. Yo entendía que ignorar el problema daba la impresión de haberlo solucionado pero algo se perdía recurriendo a ello. No obstante, dado lo desesperado de la situación, nos sentábamos también. Sabíamos que pasarían más cosas malas y estábamos perdidos pero lo único que nos quedaba era querernos, así que nos besábamos. De pronto aparecía en el piso un cuaderno de él con fechas del futuro y muchas anotaciones a color. Entonces yo entendía que ese cuaderno de verdad provenía del futuro y su existencia indicaba que al final todo había salido bien, que ambos habíamos sobrevivido aunque era también posible que nos hubiera tocado separarnos tarde o temprano. Consciente de la inminente pérdida, lo seguía besando.


Soñé que existía un barrio en Tokio que era muy parecido a Seúl. Había tiendas de ropa horrible atendidas por señoras con el pelo encrespado y casas parecidas a las de mi barrio en Bogotá. En un pequeño centro comercial había dos almacenes de ropa de algún país del Medio Oriente, no recuerdo bien. Escuchaba hablar a la dueña de una de estas tiendas. Explicaba cuánto tiempo pasaba en el negocio hasta que cerraba.

De repente estaba en un vehículo, no sé si era un tren o un avión. Iba con Lynn y alguien más, creo que era Dimanche. Veíamos pasar un tren y un barco carguero. Lynn anhelaba que el tren pitara. Al parecer ese sonido la tranquilizaba. Luego comentábamos sobre lo mucho que contaminaban los barcos cargueros con todo el humo y los desechos que botaban por sus múltiples chimeneas. Eso la entristecía.


Tenía que ir a clase como TA pero me desmayaba y recobraba conciencia demasiado tarde. Intentaba mirar el reloj del computador pero aparecían muchos relojes que cambiaban de hora a todo momento y me era imposible saber qué tan tarde iba. Compartía apartamento con otras personas y descubría que uno de mis roommates alquilaba la sala para reuniones mientras todos estábamos afuera en clase. Iba a buscar ropa en mi maleta, pero las maletas las habían movido para una de las reuniones. No encontraba las hojas donde estaba la lista de lecturas para la clase. El grupo en reunión de turno (indios o de Sri Lanka) querían que me quedara con ellos pero yo tenía afán y ni siquiera lograba saber qué hora era. Mi papá aparecía y nos mostraba a Azuma y a mí un truco de ilusión óptica con una foto de Nala y una de Natalie Portman. Se sugería al final que yo estaba loca y tal vez necesitaba entrar a terapia de nuevo.


Soñé que intentaba tocar "Meditation" en ukulele pero no podía. Intentaba e intentaba sin éxito hasta que me daba cuenta de que una cuerda estaba floja. Intentaba afinarla pero se reventaba. Como estaba en Colombia, me angustiaba enormememente el hecho de no poder conseguir repuesto.


Cavorite y yo estábamos en mi casa esperando a que mis papás terminaran de alistarse para irnos todos a una reunión. Mi casa no se parecía en nada a mi casa. En la espera comíamos nachos con queso y guacamole y veíamos una película de corte Bridget Jones o Love, Actually, que empezaba como un documental preguntando cómo llegábamos los seres humanos a sentir amor y cómo se manifestaba este sentimiento. Luego mostraba a una señora embarazada a la que del peso del bebé se le rompía el piso bajo la cama y caía sobre otra cama, y luego sobre otra y luego sobre otra. A medida que iba cayendo iba acumulando niños de los pisos de más abajo que iban cayendo en el hueco y cuyo peso contribuía a la siguiente caída. Esto mientras justo debajo, en el primer piso, una banda tocaba una canción que empezaba con "wake up, wake up". Se la estaban tocando a ella a modo de serenata por solicitud del marido. Este despertar abrupto con caídas ocasionaba que la mujer tuviera que salir corriendo al hospital a dar a luz.


Por estar en Japón tenía acceso fácil a un ascensor que subía hasta la luna. Me gustaba la idea de poder llegar a decir que había estado en un lugar muchísimo más raro que Guam.


Estábamos en un supermercado Azuma, Yin y yo. Encontraba un paquete de guayaba y pitahaya: obviamente lo compraría. Me aperaba de frutas. Llegaba a la caja. Estaba bastante lleno el lugar y no era muy claro en qué orden atendían. Los encargados eran colombianos, o al menos latinos. El cajero que me atendía me decía en japonés que la cuenta saldría un poco cara, que si estaba bien (宜しいですか). Me extrañaba que me preguntaran eso pero me parecía bastante considerado, dado que eran ¥4000 solo por estas frutas y algunas otras golosinas extranjeras. Miraba en mi billetera y me daba cuenta de que solo tenía ¥2000. Por un momento creía que además tenía un billete de ¥5000, pero lo sacaba y eran pesos argentinos. Le decía al dependiente que por favor me esperara mientras iba al cajero automático a sacar plata.


Entraba a un cine cuyas sillas eran como muebles de sala. Yo estaba guardándole el puesto a alguien, creo que a mi hermana, pero ella se demoraba en llegar. Iban a dar una película con escenas en Ginebra. Era algo de stop motion. Me emocionaba pensar que vería paisajes familiares.

De pronto estaba en una especie de feria artesanal en Tokio. Se me aparecía una especie de galán japonés que yo no sé de dónde conocía. Me coqueteaba. Me extrañaba que alguien quisiera tener algo conmigo, y menos ese señor tan elegante y rumbero. Evadía sus avances. Mientras hablábamos pasábamos por una tienda de muñequitos de ninjas. Me acordaba de j. y me disponía a comprarle un juguete.

De repente estaba en la misma feria pero al aire libre. Hacía sol. La grama estaba llena de ranas y serpientes. Yo intentaba evadirlas pero sin querer pisaba la cabeza de una serpiente. Me dolía el pie como cuando uno lleva zapatos de suela delgada y pisa una piedra. Era impresionante ver la serpiente verde biche alterarse por mi mal paso y atacar a un vigilante.


Estaba en Boston comiendo pizza con Galactus y j. De repente el lugar ya no era Boston sino Ho Chi Minh.


Le enseñaba a la gente que el subjuntivo de los verbos terminados en -zar —como realizar y comenzar— se escribe con c: realice, comience. Estaba orgullosa de dar esa lección y que ahora todo el mundo pudiera escribir bien esas palabras.


Soñé que iba de paseo con mi familia a un municipio muy alejado, escondido entre rocas. Preguntábamos cosas a los que vivían ahí. Me daba miedo que la guerrilla fuera a emboscar nuestro bus de regreso.

Luego yo era modelo y trabajaba con más modelos. En un photoshoot muy sexy me daba besos con un modelo que luego se sentía súper mal porque yo le había quitado su gaydad.


Hablaba con mi prima de Barranquilla. Ella me recomendaba unas empanadas de una tiendita de esas de caseta. Le pedía direcciones para llegar a esa caseta. Quedaba en una esquina de la glorieta de la 19 con 3, costado nororiental. Me preguntaba si no sería peligroso comer empanadas de caseta.


"Iterar". La palabra se repetía de manera insoportable. Iterar esa operación. Números y símbolos confusos. Iterar, iterar, iterar.


Estaba esperando un bus cerca de Cafam de La Floresta. Pasaba Himura caminando por ahí, yo lo saludaba y él me trataba mal. Lo llamaban al celular y él explicaba que se había encontrado con "el Che". "El Che" era el nombre que usaba para referirse a mí.


Mi apartamento en Tsukuba, un lugar grande, oscuro y con escaleras de madera, daba contra un campo inmenso y vacío. Era un día soleado. Por el aire volaba una especie de zeppelin de forma fálica de papel brillante morado (como el de las bombas de feliz cumpleaños). Estaba asomada a la ventana junto a alguien y lo veía caer sobre el campo. Se inflaba y explotaba, despidiendo cientos de condones por todos lados. Yo no me inmutaba. Sabiendo que cualquier posibilidad de sexo en mi vida se encontraba reducida a cero, no hacía nada por tomar ninguna de aquellas muestras gratis. De todas maneras caía un sobre de muestra de lubricante sobre el alféizar. Leía la etiqueta: había sido fabricado en un laboratorio de Loras College. Lo guardaba en una estantería de libros muy oscura ubicada al lado de la ventana.


Tenía un control remoto modernizador de cosas. Lo apuntaba a un puente peatonal en Colina Campestre y se volvía más brillante, con un diseño más curvo, metal y vidrio. Todo lo modernizado era plateado. Lo apuntaba a más cosas. Pensaba que debía llamar a j.


Iba con Cavorite por una ciclorruta en bici. Le decía que me hacían falta sus besos. Me besaba. Me besaba el lunar. Me daba pena porque había gente alrededor. Estaba contenta.

Estaba en un restaurante grande y muy fino donde vendían bagels en Bogotá. Pedía un sampler de muchos sabores que había comido la última vez que había estado allí, pero ya no lo ofrecían. Hacía énfasis en que quería un bagel de algún sabor ácido. También pedía una bebida como de té con chocolate. Recordaba los de fresa con sour cream que sobraban de los eventos en Loras. La cuenta salía por $28800, pero no estaba segura de si me habían cobrado o no. Me sentaba a comer y por un momento pensaba que me habían robado la billetera, pero no. El bagel sabía a salmón. Disgusto.


  1. Vivía en un parque de atracciones con mi hermana. Todo parecía sacado de un storyboard de Blancanieves o Bambi. Intentaba tomarme una foto para ilustrar lo absurdo de mi situación pero una señora grande (no sé si gringa o alemana) hacía que cerráramos todas las ventanas para que no pareciera que el lugar fuera lo que era.
  2. Esperaba un bus en una esquina sobre un potrero.
  3. Hablaba con Caster Semenya. Me preguntaba por qué dudaban de su identidad sexual si para mí era claro que era una mujer.


Mi hermana me preguntaba: "Del período cretácico, ¿cuál es tu animal favorito?" Yo iba a responder que el tiranosaurio, pero ahí mismo caía en cuenta de que ese no porque era del período jurásico.


Estaba en una juguetería llena de juguetes de madera de colores, como los que abundaban cuando yo era chiquita. Había muchas piezas en forma de letras. También había Barbies viejas con los pies mordisqueados y el pelo tieso. Yo buscaba una Barbie sesentera de las que venden en Kiddy Land y lamentaba no haberla comprado cuando vivía en Japón. Tenía sentido que no la tuvieran, si todas las muñecas de la tienda eran claramente usadas y la que yo quería era nueva.


Estaba en el palacio de Versalles. Estaba lleno de cosas barrocas que no me gustaban pero reconocía el mérito de los restauradores. Aparecía Madonna (joven) y me contaba que estaba triste porque siempre tenían que photoshopearla y no podía ser ella misma en público. Era pelinegra y crespa como en el video de "Like a Prayer". Yo quería darme besos con ella pero me tenía que ir a bañar.


Había un video en televisión sobre cómo cuando j. estaba en el servicio militar lo habían agredido durante una manifestación. Yo no sabía que era él hasta que hacían un acercamiento al pobre patrullero golpeado y reconocía la cara.

Llegaba a trabajar en lo de hablar con ancianos vestida de colores y la jefa nos mandaba a mí y a otros compañeros a devolvernos y cambiarnos por pintas monocromas. Me iba. De pronto una doctora me diagnosticaba diabetes y dictaminaba que había que amputarme la pierna izquierda. Al principio yo me mostraba estoica ante la decisión, pero cuando llegaba la hora de la operación yo me echaba a llorar del terror y le decía a doctora que por qué me iban a operar si la pierna no me dolía en absoluto. La doctora me decía que a mi edad a ella ya la habían operado de diabetes, que yo no me había cuidado y por eso ahora tenía la pierna como la tenía. Le decía que al menos ella podía llegar a vieja caminando, pero a mí me quedaría el resto de la vida sin poder hacerlo. Bajaba escaleras rápido solo como para no olvidar esa sensación después. Llegaban mis papás, me traían unas uvas chiquitas medio transparentes deliciosas y mi papá decía que adelante con la operación. Yo pensaba que me daría menos miedo si hubiera plata para una de esas prótesis atléticas con la cual pudiera correr. No obstante, me aterrorizaba pensando en el fenómeno de la pierna fantasma. Insistía. A mí no me estaba doliendo la pierna, no entendía por qué habría de perderla. La doctora me volvía a examinar. Me apretaba las piernas en busca de dolor. Mis piernas estaban descamadas y tenían las venas hinchadas. Todo el tiempo pensaba que tal vez la amputación tendría lugar no debido a la diabetes sino al erythema ab igne, que esto me estaba ocurriendo por haber dejado la pierna cerca del radiador demasiado tiempo durante el invierno. Maldecía mi ignorancia frente a las fuentes de calor.

Cuando desperté, me di cuenta de que estaba dejando la pierna izquierda quieta. No empecé a moverla sino hasta por ahí media hora después.


Vivía en Lyon. Me pasaba el tiempo paseando en un tren que no era subterráneo. Cruzaba el Rhône y el Saône como se cruza el Han en Seúl. La Presqu'île tenía unas ruinas grandes de edificios destruidos en la guerra al estilo del domo de Hiroshima. Las ruinas tenían columnas torcidas que colgaban hacia afuera. Yo pensaba que me aburría mucho en la ciudad, que j. tenía razón cuando vivía ahí y se aburría también.

Llegaba a un Carrefour que aún no estaba abierto. Cuando al fin se podía entrar mi mamá me ponía a elegir chocolates. Yo veía puros Hershey's pero quería Lindt.

Al anochecer me ponían a fumar una pipa larguísima que expelía un humo rarísimo, como una versión gaseosa de un tafetán rojo de visos verdes. Decían que lo que uno fumaba era sangre de serpiente o algo así. Uno la veía hervir por un orificio de la pipa. Había que meterse en un río para fumar. Cuando exhalaba botaba fuego por la boca, pero no me quemaba. La señora que estaba a cargo de esta ceremonia me decía que como había tomado cinco bocanadas, iba a ver cinco alucinaciones que eran mis cinco problemas principales. Me explicaba el primero. Creo que me decía que yo no creía en mí o que tenía miedo de algo, pero eso bien puedo estar inventándomelo. Le decía que tenía razón.

Hablaba con una japonesa. Me decía que uno de los sueños de su vida era conocer a alguien cuya lengua materna fuera el español. Yo traducía en mi cabeza al español la frase "alguien cuya lengua materna sea el español" y pensaba que este idioma las frases suelen complicarse al traducir.


Vivía en un dormitorio en Tsukuba. Ya se iba a acabar mi estadía en el lugar cuando me daba cuenta de que una niña de mi curso también estaba allá. Me contaba que había pensado en suicidarse. Pese a que nunca había tratado con ella en mis años de colegio, me daba pesar haberme enterado tan tarde de que tenía una vecina con la que habría podido hablar.


Soñé que estaba leyendo uno de los libros que me regaló j (Jardines de Kensington, de Rodrigo Fresán). Me asombraba estar avanzando tan rápido en la lectura.


Estaba en Seúl buscando lugares interesantes para conocer según el mapa del metro y decidía ir a un monte cuyo nombre nunca llegaba a pronunciar bien (a veces me equivocaba y decía Ararat pero el nombre era más parecido a Arirang). Me encontraba con una pareja joven coreana que me ofrecía helado. Me hablaban en coreano. La mujer decía "oishii!" al probarlo y yo pensaba "hm, 'delicioso' en coreano suena igual que en japonés". Yo respondía al principio en japonés ("tashika ni oishii"—"en efecto, delicioso"), pero me daba vergüenza y les hablaba en inglés. Ellos también sabían inglés, pero luego el hombre me hablaba en japonés. Me decían que el monte Arirang era aburrido, que no había nada que hacer allá.

Como estaba haciendo cambio de trenes para ir a Arirang pero al fin resultaba mejor no ir, me quedaba donde estaba, que sería quién sabe en dónde. Había un lago con un bote grandísimo lleno de agua. Al parecer esto ya no era Corea y yo había estado esperando durante mucho tiempo la oportunidad de montar en bote sobre ese bote. Un bote dentro de un bote dentro de un lago. Los botes parecían tinas de bebé. Lo atractivo del plan era que el bote grande se movería a toda velocidad en el lago y los botes pequeños serían arrastrados. Era divertido. Divertido hasta que me daba cuenta de que uno de los botecitos estaba hecho de palma tejida y estaba lleno de niños indígenas apeñuscados, tirados ahí bajo el sol. Ya en tierra firme le preguntaba al dueño de la atracción el porqué de los niños desnudos hacinados. El señor decía que se trataba de recrear vívidamente la experiencia de estar en el Amazonas. Pero los niños están ahí sufriendo, decía yo. Oh, no, a ellos les gusta estar así, respondía él.

De pronto estaba buscando un bus/tram de regreso no sé adónde. Estaba pagando el tiquete en el torniquete de entrada de la estación y veía cómo se me pasaba bus tras bus mientras yo buscaba monedas de 50 y 10 won en la billetera.


Soñé que j. se cortaba el pelo y ya no tenía que recogérselo. Se veía como en sus fotos viejas, aunque con la cara de ahora. Yo le preguntaba por qué lo había hecho en Corea y no se había esperado hasta regresar a Bogotá. No obtenía respuesta.


  1. Estaba en Crepes & Waffles con mi familia y pedía un helado mitad naranja-canela (debería existir; eso tiene que ser muy rico), mitad choco rochelle.
  2. Regresaba a Bogotá y encontraba que había tren urbano. Lo tomaba. Veía por la ventana cómo atravesaba mi barrio y doblaba varias esquinas.


Sueño confuso. En una esquina, segundo piso, vivían las Tortugas Ninja (y Splinter, claro). Había un incendio terrible en un centro comercial. Se armaba el caos. Había gente tirando banderillas (como las de los toros) encendidas al apartamento de las Tortugas Ninja, como para propagar el gran incendio por muchos lugares. Yo hablaba de esto con mi vecino Julián. Era de noche.


Mi tío Ja. iba caminando por la calle conmigo y me decía que extrañaba esa época de la vida en la que uno podía ser uno mismo.


Estaba parada en la cancha de basketball que queda camino a Música en Los Andes. Veía cómo los edificios de las facultades cambiaban, los renovaban, los modernizaban. Recordaba dónde quedaba el Y. Decía que me gustaban mucho las instalaciones de la universidad.


Estaba en una tienda de souvenirs en Chicago. Buscaba imanes. Había varios productos que hacían alusión a la herencia irlandesa. Imanes verdes y dorados con tréboles. De pronto, alguien aparecía en algún pasillo (un señor grandote con camiseta de béisbol) y me pasaba un teléfono. Era una llamada para mí: mi tío Ju. y mi primo JF.


Me inventaba una excusa para volver a Suiza. Tenía algo muy importante que hacer, una especie de papeleo. Corría por la calle y miraba los letreros alrededor para saber a qué parte del país había llegado. Todo en francés. Todo en Helvetica. Ginebra. Ahora tendría una oportunidad para volver a ver a Cavorite. Hacía cálculos de cuántos días podría faltar a clase antes de tener que regresar. Si me quedo hasta el fin de semana, pensaba, podría proponerle que vayamos a Zermatt.

Pero entonces, de repente, caía en cuenta de que había llegado sin visa. No me habían revisado en el aeropuerto a mi arribo, pero temía mucho que fueran a hacerlo en la partida. Sabía que tendría que calmarme porque ya no había nada que hacer. De todas maneras tenía planes de volver a Suiza así de rápido todavía una vez más, muy pronto.


Estaba en Japón, en una tienda tipo Loft o Muji con j. Ibamos a comer —la tienda tenía restaurante incluido— pero solo quedaban quince minutos para ordenar. j. se iba a mirar cosas por ahí mientras yo miraba el menú. Había pizza de mazorca con mayonesa (esto existe de verdad). No me llamaba mucho la atención. Una cajera se ponía a explicarme (en japonés, claro) una promoción según la cual si compraba tal cosa me regalaban una bolsa de tela blanca más bien fea. Yo le decía que solo me quedaba un minuto para ordenar y ella se me lo estaba gastando. Ella me decía que esperara a que ella terminara y tomaría mi orden como si estuviéramos a tiempo. Yo hacía un comentario gracioso, ella se reía y de pronto se daba cuenta de que había perdido el hilo del discurso que venía soltando de memoria como buena vendedora japonesa. Me lo hacía saber entre risitas, casi como si estuviera aliviada de haber tenido un instante de espontaneidad. Me alegraba haber causado esa ruptura en su cabeza. Ah, los japoneses y sus cortocircuitos.

Al fin yo no ordenaba nada. Me retiraba de la caja hacia la puerta de vidrio. Veía exhibido un catre plegable (como esos que se le doblan al Pato Donald estando dentro como un sándwich) color naranja, de plástico con huecos circulares grandes. Bluelephant volvía de su expedición por el almacén. Le preguntaba si había encontrado algo bueno para comer. Me decía que no. Yo tampoco. Salíamos.


Alguien ensayaba a hacerme un peinado extraño pero bonito. Había una fuente hermosa en el sitio donde me encontraba. Al parecer era más linda en invierno. Creo que también me probaba unos vestidos, o yo estaba aprendiendo a hacer vestidos.

Por alguna razón tenía que usar en secreto el baño de un edificio. Entraba. Los interruptores eran como en Suiza. Dejaba la puerta abierta. Una señora me pillaba y llegaba corriendo al baño dispuesta a pegarme. Yo cerraba la puerta, pero ya era demasiado tarde. Ella la abría violentamente y me encontraba haciendo cara de inocente, sentada. Yo le decía (sin pararme) que solo era una niña que necesitaba el baño. Ella se disculpaba.


Estaba buscando señal de celular para mi iPhone en China, pero mi proveedor me castigaba desconfigurándolo durante 24 horas. Encontraba una especie de señal pirata (china, jajaja) que me mostraba cosas rosadas y brillantes en chino. Yo estaba buscando el contacto de Himura porque había quedado de verme con él. Era una búsqueda infructuosa.

Todo esto sucedía mientras yo estaba en una especie de sala VIP de un centro comercial chino con mi mamá. Yo le explicaba que todos estos servicios eran carísimos para los chinos pero baratísimos para nosotros. Uno de los servicios (para relajación) era ponerle a uno cachorritos a que le chuparan a uno los dedos de la mano. Yo tenía perritos a cada lado y no podía quitármelos de encima.

"No sé si se siente bien o mal", le decía a mi mamá.

Después me pasaban otros perritos pero estos tenían dientes. La sensación seguía siendo un poco desagradable.

De repente resultaba que no estaba esperando poder comunicarme con Himura sino que debía haberme ido a mediodía en tren para encontrarme con Cavorite en algún pueblo europeo. Ahora eran las 5 de la tarde y quién sabe cómo había dejado pasar tanto tiempo.

Pero seguía en China. Ahora una china pequeñita y flaquita me hacía masajes en el cuello y hombros.


Estábamos en una convención de programas de ciencia ficción. Veía a Brent Spiner. Encontrábamos a Leonard Nimoy disfrazado de Bela Lugosi en su rol de Drácula. Nimoy le hablaba a Cavorite pero no a mí. Estaba emocionada de tenerlo al frente, pero ¡quería que me hablara a mí! Al fin y al cabo Cavorite no era fan de Star Trek y yo sí.


Me agarraba a puños con Himura. Yo sentía el dolor del puño en mi cara, pero con todas mis fuerzas le mandaba golpes y más golpes. Estaba llena de ira.


En una especie de delirio provocado por la cama demasiado angosta, soñé que Cavorite y yo éramos páginas (o láminas) de un libro y teníamos que acomodarnos tan planos como pudiéramos para caber en él.


En duermevela, justo antes de despertar, vi a j. sonreír.


Iba a un lugar desde el que se veían unas cataratas hermosas, supuestamente en Ibaraki. Alguien mencionaba Nikko (pero Nikko es en Tochigi). Una señora me hablaba en japonés. Ahora que lo pienso, el paisaje montañoso tras las cataratas era un poco reminiscente de la bahía de Ha Long. Bajaba una cuesta por unas escaleritas (como en las cavernas de Ha Long) y encontraba muñecos de nieve sin ojos pero con huecos donde los ojos deberían ir; alguien me hablaba de niños ciegos que trabajaban. Escuchaba una melodía en mi cabeza: no era tan chévere como las de sueños anteriores.


Tenía que salir a hacer una diligencia en la alcaldía de Tsukuba pero había una tormenta de nieve terrible. Pensaba en mis medias abrigadas de rayas y mis botas de invierno que ya están sacando la mano. De repente estaba en una estación de tren y veía que no podía entrar a determinados vagones. Había letreros en japonés. Por supuesto, si estaba en Japón.


Estaba en un supermercado en Bogotá. Compraba varias cosas para llevar al extranjero. Alguien me hacía llevar chiles de esos grandes y anaranjados. Iba a llevar muchas bolsas de leche pero al final pensaba dejar eso para el final. La cajera me preguntaba dónde había estado yo a las 12:30, yo le respondía que en la cafetería del supermercado. La cajera decía que no podía registrar mi compra porque alguien más ya había comprado con su tarjeta puntos. Yo le decía que esa había sido mi mamá, que había comprado cosas para sí, pero esta era una compra diferente y esto era todo para mí. Después de pagar me daba cuenta de que había olvidado comprar jugo y tenía mucha sed. Me detenía frente a un montacarga lleno de cajitas de jugo y me quedaba pensando qué sabor extrañaba más. Descartaba uno de bayas.

De pronto estaba en un carro con una amiga del colegio (la que estudia alemán) y sus amigos. Se veían los cerros de Bogotá. Salíamos del parqueadero del supermercado y llegábamos a un edificio. Yo ayudaba a subir un jarrón gigantesco a un penthouse de tres pisos. Al alcanzar el tercer piso me encontraba con todos mis abuelitos, una tía abuela hermana de mi abuelo paterno que creo que ya murió y más personas mayores que no conocía. Estaban sentados en sofás beige como los de la casa de mi tía abuela (la hermana de mi abuela materna). Los saludaba de beso a todos.


Algo me decía que si mezclaba todo lo que pienso y todo lo que escribo y cualquier teoría con no pensar tanto, todo saldría mejor. Sentía que tenía ideas pero no podía entenderlas bien. Me estiraba para intentar entender y por un segundo las vislumbraba perfectamente, pero ahí mismo se perdían y yo sentía que daba vueltas y vueltas en la cama, desesperada. Y la verdad es que estoy un poco desesperada y con un empacho de ideas horripilante.


Tenía una cama que no usaba para dormir sino como mesa para dejar cosas como el computador. La casa donde vivía tenía barandas blancas, y la cama era blanca también.

Estaba pensando en caminar descalza sobre la nieve.

Sawako (amiga de Yin) estaba haciendo un experimento y tenía que encerrarse toda la noche en un refugio especial para llevarlo a cabo. Yo iba a visitarla antes de que empezara. Hablábamos en japonés (tal como en la realidad). Me pedía que me quedara un rato más porque estaba muy feliz de verme. El refugio estaba rodeado de nieve y hielo, pero adentro estaba bien equipado.


Me daban a probar speed en una tableta de chocolatina. La persona que me la estaba regalando partía dos tabletas gruesas como las de Côte d'Or. Caían miguitas. Guardaba una en el bolsillo y la otra me la llevaba a la boca, esperando el efecto. Pensaba, mientras el corazón se me aceleraba y veía todo correr a gran velocidad, que era apenas de esperarse que me estuvieran dando esto gratis para inducir adicción y luego sí cobrarme.

Creo que alcancé a despertar brevemente. Volví a caer. Hablaba con un grupo de amigas que al parecer tenían relaciones lésbicas entre sí pero se iban a casar con hombres para integrarse normalmente a la sociedad. A una de ellas le gustaba elaborar orejas de conejo con ganchos de ropa.


Hablaba por Skype con una amiga del colegio, pero ella prendía la opción de video sin acordarse de que estaba desnuda. Yo me hacía la loca y procuraba no mirar mientras ella, desesperada al darse cuenta, buscaba cómo apagarlo.


Cavorite me contaba con toda seriedad que existen familias en las que ningún miembro ha tocado nunca una guitarra en su vida. Espeluznante.


Estaba en Bogotá, montando mi bici por un separador sobre la calle 68 a la altura de Metrópolis. Sin embargo, Metrópolis estaba en construcción y era mucho más extenso de lo que es en realidad. Avanzaba por una ciclorruta hasta que esta desaparecía y yo solo montaba sobre el pasto, entre unos matorrales. Resultaba en un parque lleno de arena. Iba a parquear la bici en un rincón tras unas graderías, pero encontraba un montón de cadenas rotas en el suelo. Pensaba que en Japón no andan rompiendo cadenas para robarse las bicicletas y buscaba un lugar diferente para parquear la mía, uno donde yo pudiera estar pendiente de ella.


Anoche soñé con Star Trek. Mi equipo (no sé de qué) y yo teníamos que hacernos pasar por vulcanos no recuerdo para qué. Lo estábamos logrando lo más de bien pero un señor del equipo se ponía nervioso y empezaba a disparar a diestra y siniestra. Los vulcanos de verdad se extrañaban. Yo le decía al señor que no tenía por qué disparar si nos estábamos camuflando lo más de bien. Entrábamos adonde teníamos que entrar. Veía unas insignias metálicas en unos mostradores. Parecían hebillas de cinturón o el escudo de Hyundai.


Soñé que por fin tenía un ukulele y podía tocarlo. Era mucho más fácil de lo que me imaginaba.


Volví a dormitar y soñé que me reencontraba con Cavorite. Me daba muchos besos cortitos y yo me reía de la emoción de volver a estar con él. Luego encontraba un mail de Ovidio que tenía por asunto "Olavia!!! :)" y decía que le había gustado una canción mía.


Soñé con un video que mostraba mi interacción con una comunidad aparentemente polinesia en un país donde yo había vivido, en la frontera con Vietnam. Yo pensaba mientras veía la grabación que no sabía que había vivido en Australia. De fondo sonaba una canción buenísima cuya melodía acabo de olvidar pero cuyo estribillo decía "over my head". Sigo tratando de recordar.


Estaba en un viaje, creo que a Hawaii. Había un argentino que quería tener algo conmigo, pero mientras discutíamos se me caía el iPhone desde un segundo piso sobre una avenida de varios carriles y los carros lo aplastaban. El argentino se burlaba pero yo estaba muy afligida porque tendría que destinar a la compra de un nuevo aparato parte de la plata que estaba ahorrando para mi viaje a Suiza. Le decía entonces que gracias a este accidente él y yo no podríamos tener una relación a distancia pues no habría cómo contactarme en Japón. Yo sabía que estaba mintiendo y pensaba en lo interesante que era saber que esto se acabaría al momento de poner un pie en el avión y yo no volvería a verlo nunca más en mi vida. Al fin me resignaba a la pérdida —del aparato—, pero resultaba en un bote desde el cual se me caía todo el contenido de mis bolsillos. Yo me lanzaba al agua a recoger lo que más pudiera, preguntándome cómo sería no darse cuenta de la pérdida sino cuando fuera demasiado tarde.


Estaba en un paseo de la universidad en un recinto cerrado en Japón, no sé si era un museo o qué. Iba a tomar una foto pero me daba cuenta de que había sacado dos pilas de la cámara para usarlas en el mouse (lo cual es cierto), así que iba a una máquina dispensadora y compraba un rollo y una especie de película que hacía que los colores se vieran más vivos. La máquina no me daba sino un recibo y me tocaba ir a un restaurante pequeñito a reclamar mi mercancía. Mientras tanto, una señora no hacía sino apurarme porque estaba retrasando la visita.


Estaba en mi casa en Bogotá, usando el computador grande del estudio. En Internet encontraba un artículo sobre la niña de mi curso que vivió en Bélgica. En él se revelaba que ella era Olavia Kite, y alababan su obra literaria. ¡Pero cómo, si la verdadera Olavia Kite era yo! Yo pensaba que nadie me había entrevistado, así que cómo iban a saber. No obstante, no estaba brava con la niña del malentendido, pues tenía la certeza de que ella no sabía de la existencia del artículo.


Llegaba a Nueva York y aparecía un hiphopero puertorriqueño que aseguraba que nos habíamos encontrado en 2008. No sé por qué le creía, tal vez por cortesía (como cuando a uno le dicen "¿te acuerdas de mí?" y uno "sí, sí" pero en realidad ni idea). El señor me acompañaba al barrio donde vivía Minori, me ayudaba con mi maleta de mano e intentaba besarme pero se arrepentía por ser casado. Yo pensaba en Cavorite.

Después de caminar mucho por calles llenas de casas de colores, llegábamos a nuestro destino y yo me daba cuenta de que mi maleta más grande no estaba por ninguna parte. Le preguntaba al puertorriqueño, quien me decía que se había quedado en el aeropuerto. Desesperada, intentaba devolverme, pero el hiphopero me decía que era peligrosísimo, y los buses que salían desde ahí solo iban a La Guardia (¡como los buses que salían del barrio de Minori de verdad!). Entonces de un edificio emergía Minori al haberme oído gritar y espantaba de algún modo al señor, llamándolo timador y no sé qué más. Me invitaba a pasar y me empezaba a regañar que por boba e ingenua.


"Why are women willing to live in a society that allows for them to be systematically abused?"


Primero fue un sueño erótico con Cavorite. Nada diferente de lo que se haría habitualmente.

Luego estaba en una librería gigantesca con mis padres, quienes me iban a comprar unos libros de Michael Ende. En la torrecita de libros escogidos estaban La historia interminable, Momo y uno desconocido. Al fin yo me decidía solo por el desconocido en vista de que los otros dos los tenía en Colombia, pero cuando lo iban a pagar no lo encontrábamos por ninguna parte. La cajera nos decía que esa era la única copia y yo me ponía triste. Les decía a mis papás "aaaaay, yo quiero un liiiiibro" haciendo pucheros.

Por último soñé algo relacionado con el colegio. No recuerdo casi nada, pero sé que la niña que se casó y se fue a Suiza me ofendía de alguna manera.


Soñé que al fin acomodaba el futón extra para volver a dormir sobre tres capas, como venía haciendo antes de que viniera Chee Siang a quedarse.

Después estaba en un aeropuerto; iba a tomar un vuelo nacional por Avianca, no sé desde dónde ni adónde. Veía a Himura y me hacía la loca, pero me bloqueaba el paso para saludarme. Las azafatas nos interceptaban poco después para hacernos muchas preguntas sobre el menú de a bordo. A mí me preguntaban por traducciones español-inglés de la comida que me iban a dar.


Anoche soñé que todo mi curso tenía que participar en la final de un reality de modelos. Yo tenía un vestido de esos que parecen un suéter atado con un cinturón ancho y me hacía una especie de bouffant descuidado. Algunas niñas decían que me veía horrible (entre ellas la de pelo liso larguísimo y talla cero), pero otras decían que me veía bien. Intentaba maquillarme pero siempre resultaba con la mitad de la cara pintorreteada de rojo, como si el maquillaje fuera incontrolable. Aquella a la que yo llamaba histriónica me recomendaba que no fuera a desfilar en tacón puntilla, entonces buscaba unos zapatos de tacón bajo.

Otra vez me siento inadecuada en sueños, tal como cuando estaba en el colegio. Otra vez me rodeo de miradas condescendientes y un poco de malicia.


Ayayay, qué sueños más malucos he tenidos estas últimas noches:
  1. Mi hermana y yo tenemos un accidente depilándonos con cera. Yo me miro el costado izquierdo y está lleno de pústulas, sangre y cera pegada.
  2. Mi tío G. se mete en problemas por prestarle un asador a la mafia. En principio yo soy la única que sabe del peligro que corremos, pero mi abuela paterna pregunta adónde va mi tío con el asador mientras lo ve alejarse. Me angustio y me toca contarle todo.


Estaba en Jerusalén quedándome en un hotel sola. Llevaba hijab. Salía a dar una vuelta, pero decidía volver pronto para usar el wifi de mi cuarto en vez de pagar por un café internet. Entonces llegaba al lobby un grupo de terroristas judías extremistas (entre ellas la chef y la que vive en Canadá con un basset hound, ambas compañeras casadas del curso) y se ensañaban conmigo por ser descendiente de libaneses. La chef tenía un arco y me apuntaba la flecha entre las piernas, así que me veía obligada a acompañarlas a la terraza del hotel, donde vaciarían tubitos de químicos en el tanque de agua para envenenar a todo el mundo. Decían que me perdonarían la vida, así que me quedaba pensando de dónde sacaría el agua para beber este último día mis vacaciones. Ya en la cima del edificio, tras perpetrar el acto, una de las terroristas (desconocida) se lanzaba a besarme el lunar del pecho. Ya envuelta en este entuerto político-religioso, lo mejor que podía hacer era disfrutar aquel ataque personal.


Primero soñé con un paisaje claroscuro, mi conjunto en Bogotá pero con una luz casi que invernal de alto contraste. Yo tomaba fotos y creo que un club de fotografía me estaba rechazando por alguna razón. Me metía en la casa de una compañera de curso en el colegio (la que se fue a Australia, casada en la vida real), la cual quedaba frente a la mía, pero cuando oía la voz del papá a lo lejos salía corriendo. Me asomaba a la ventana de la sala de mi casa. Estaba toda mi familia cantándole el Happy Birthday a mi mamá, y yo quería estar con ellos pese a haber sentido algo de rabia anteriormente, no sé por qué. Entraba atravesando la puerta cerrada (como si fuera un ser incorpóreo) y me reunía con mis papás, dichosa.

Creo que alcancé a despertar un ratito, pero volví a acomodarme. Entonces resultaba en el matrimonio de una niña del curso (la que cumple cinco días después que yo, también casada en la vida real) y la felicitaba justo antes de irme de la fiesta. Había pasado todo el tiempo conversando con otras personas (incluso hablando en contra del matrimonio) y no creía que fuera a poder cruzar palabra con ella. Natalia y yo estábamos contentas de vernos, pero ella me decía algo que daba a entender que me había invitado a su boda por pesar. Yo estaba mal peinada y muy enternecida con ella.

Por último soñé con una animación como de principios de los ochenta (al estilo de aquella de la propaganda de Renault 4, "amigo fiel"). Una voz en off decía que regresar a Bogotá era "como una espuma conocida" mientras aparecía una mujer caminando por una calle del barrio donde queda la casa de mi tía. Entonces, de una alcantarilla que parecía una junta de expansión de un puente, emergía espuma como de Coca-Cola (como la que cae del techo en aquel capítulo de The Big Bang Theory) y a la mujer le daba mucho asco.

En algún punto de esta mezcolanza de sueños se mencionó la palabra "Cavorite", pero no recuerdo cuándo ni cómo ni por qué.


Anoche soñé que estaba con una amiga —creo que era Azuma— y le señalaba a CarlosCaicedo, quien estaba por ahí cerca. Algo me decía esta amiga que yo le respondía "Jis not mai broder. Jis mai broderinló". Lo decía así con el falso inglés pésimo que tanto nos gusta usar a Azuma y a mí.


Anoche soñé que iba a El Cairo con mis papás y mi hermana. Era muy soleado, hacía mucho calor y las pirámides se veían gigantescas a lo lejos desde la autopista que recorríamos en un bus. Yo me preguntaba por qué estaba en Egipto y no en Guam, pero pensaba escribir "Cairo" en Twitter apenas llegáramos a nuestro destino final. Parábamos en unos baños con duchas donde podíamos refrescarnos, pero casi todos estaban muy sucios. Afortunadamente yo encontraba uno bastante limpio con baldosas de cristanac azul y espejos antiguos y me bañaba, tras lo cual le cedía el espacio a unos nigerianos.


Soñé que unos personajes oscuros me invitaban a sentarme al lado de ellos en la banca de una iglesia, lo cual suponía un dilema puesto que si los acompañaba quedaría afiliada al Imperio y mis conocidos me odiarían, pero si me sentaba al otro lado del pasillo junto a los demás sería considerada una Rebelde y tendría que pelear y enfrentarme a una dolorosa muerte. Pensaba que lo mejor era huir alegando que no me gusta Star Wars.