1. Hablaba con mi abuelo materno. Le tocaba la cara y las manos para no olvidar la textura de su piel.
  2. Me enteraba de que Yin se ganaba una beca para estudiar en Alemania. Me alegraba mucho.


Trabajaba en un edificio inmenso en Londres. La ruta del tren que tomaba para ir a trabajar tenía una caída como de montaña rusa justo antes de llegar a mi estación. Era tan divertido que sospechaba que esto era un sueño. Me costaba mucho trabajo tomar un ascensor desde el primer piso, ya que las puertas se abrían y cerraban muy rápidamente y no alcanzaba a entrar. Por fin lograba abordar uno junto a dos compañeros que al parecer tenían un romance. Yo esperaba que aprovecharan el tiempo en el ascensor para darse besos o algo pero no hacían nada. Yo miraba a la mujer de esta pareja y me daba cuenta de que no podría asegurar si era mujer cisgénero. A veces el ascensor iba muy rápido y daba vértigo. Mi trabajo no era muy bueno; de hecho yo consideraba que el ambiente era bastante sexista y me quejaba con otros dos compañeros, que eran los geeks de Freaks and Geeks.

De repente estaba con mi familia frente a la puerta principal de este mismo edificio, listos para hacer un recorrido turístico de las instalaciones. A la entrada había un mapamundi gigante de espuma. Alrededor había muchos turistas sentados. Al parecer era muy difícil conseguir permiso para entrar, pero mi mamá lo lograba. Con mi papá debatíamos entre esperar a nuestro guía afuera junto al mapamundi o adentro en el lobby de los ascensores.


Mi familia y yo estábamos visitando una especie de complejo vacacional con museo incluido. Queríamos ver una exposición de cefalópodos gigantes suspendidos en resina. Los edificios del complejo estaban separados por algún cuerpo de agua. Cruzando de uno a otro me daba cuenta de que podía caminar sobre el agua, pero tenía que correr para lograrlo (como en esos experimentos con coloides). Mi papá pensaba comprar un apartamento en el lugar porque en el trabajo se lo exigían. El apartamento que estábamos mirando tenía genkan y los acabados bastante improvisados aunque antiguos. El genkan era uno de los requisitos impuestos por los empleadores de mi padre para el inmueble que debía adquirir.

Seguíamos recorriendo los espacios y en una sala nos encontrábamos a mis abuelos maternos y mi bisabuela. Yo hablaba con mi abuelo tomándole la mano. Era muy suave. Mi bisabuela me reclamaba porque yo la había ignorado. Yo la abrazaba. Estaba emocionada de estar con ellos pero angustiada al mismo tiempo: temía que esta fuera la última vez que los vería.


Estaba buscando libros para niños de la colección Barco de vapor en una librería, en especial "Historias de Ninguno". Creía que lo encontraba, pero el título resultaba ser "Historias de género".


Estaba en una tienda en Tokio a punto de pagar unas papas de paquete. En realidad era un paquete grande con varios paqueticos adentro, cada uno con cuatro papas fosforito. Quería comprarlo solo para tomarle foto y publicarla en el blog, pero a la hora de pagar me daba cuenta de que tenía puros billetes colombianos. Una japonesa se acercaba a la caja y decía que necesitaba una grapadora pero no la encontraba. Yo le decía "文房具の専門店に行ったらどう?" ("¿y si vas a una papelería especializada?"). El señor de la caja le recomendaba que fuera a Loft. Me decía que quería escucharme hablando japonés pero yo no alcanzaba a oírlo bien y se lo decía, aunque quería decirle que estaba sorda. Todo esto en japonés, claro. Le pedía al cajero que me guardara el paquete mientras iba al cajero automático.

En el camino al cajero me encontraba a Christopher Walken, quien era muy bajito y ya estaba bastante viejo. Estaba vestido como en el video de "Weapon of Choice". Luego me encontraba a Madonna en la sección de maquillajes de una tienda por departamentos. Tenía la nariz y la boca negras, como si se hubiera golpeado. Se veía vieja pero me parecía hermosa y se lo decía. Le decía (en inglés) que yo creía que la belleza de ella era solo cosa de la televisión pero ya me daba cuenta de que no. Ella se ponía contenta y me daba un besito en la boca. Sus labios se sentían duros.


Viajaba con mi mamá por Upstate New York. Tenía que encontrarme con ella en The Hamptons. Yo había estado quedándome en algún lugar y el paseo hasta el lugar de encuentro resultaba mucho más largo de lo esperado. Caía en cuenta de que no había hecho check-out en el hostal y había dejado todas mis cosas regadas por ahí. Esperaba que no me robaran nada.

Iba en un tren. El paisaje alrededor era oscuro, vacío y cubierto de nieve. Alguien me decía que así eran el norte de Estados Unidos y Canadá. Yo decidía que nunca jamás viviría en Canadá.

De repente estaba en un bus con mi mamá y otras señoras. Ella había descubierto que ellas hablaban español y ahora departían incluso con el conductor, que también era latino. Yo iba detrás, callada. Una de las señoras preguntaba por mi ukulele, que tenía sobre el regazo. Llegábamos a un pueblo y el conductor advertía que lo mejor era no detenernos en el paradero porque se podrían subir homófobos a atacar. Seguíamos por entre un bosque.

Llegábamos a The Hamptons. Nos íbamos a quedar en una mansión antigua abandonada. Preguntaba a quién pertenecía la casa, porque me parecía un poco sospechoso ocupar lugares ajenos así sin más. "A todos, ¿no ves que es un manor?", me decía una anciana. Era como si en el pueblo solo quedaran sirvientes ancianos que nos dejaban ocupar las casas de sus amos.

De repente estaba sola en la casa. Aparecía un anciano y yo me asustaba muchísimo. Él me tranquilizaba. Aparecían cosas de la nada sobre una mesa y yo descubría que se trataba de una máquina del tiempo a través de la cual Cavorite me estaba dejando mensajes. Me dejaba una partitura de una canción.


Iba en bus en Bogotá. Pasaba frente a un museo de parques de atracciones. Desde afuera se alcanzaba a ver que estaba lleno de carrozas inútiles y mesas que parecían sacadas de un ponqué de matrimonio de los años sesenta. Había familias almorzando en las mesas. Pensaba invitar a Yurika algún día al museo. Un poco más adelante en el camino el copiloto se ponía a tocar guitarra. Me aburría y decidía bajarme pero me daba cuenta de que me había pasado de mi parada, aunque no sé adónde iba. Me bajaba en una vía destapada al lado de un caño. Las casas al otro lado del caño estaban en obra gris, las que estaban al otro lado de la calle eran de interés social. Desenredaba los audífonos del iPhone, me los ponía y me ponía a caminar. El día era soleado y caluroso.


Tenía dos ukuleles, el de concierto y un tenor. Aún me faltaba un ukulele soprano para completar mi colección.


Soad y yo estábamos en la cocina de la casa en Bogotá. Yo llegaba con una bolsa de pescado para cocinar pero me daba cuenta de que los peces aún estaban vivos. Eran amarillos con blanco y negro. Cada uno estaba en una bolsita individual con agua. Soad decía que era una crueldad matarlos. Yo le decía que necesitábamos entonces un acuario y ella quién sabe de dónde sacaba instantáneamente un acuario grande y lo ponía en el piso. Lo llenábamos de agua y metíamos un par de peces a los que se les habían reventado sus respectivas bolsas. Desplegaban unas aletas hermosas como las bailarinas y cambiaban de color, pero no duraban mucho y al cabo de unos minutos ya estaban nadando de lado. Yo recordaba del manual de cría de peces que leía y releía cuando chiquita que había que dejarlos en el agua pero dentro de la bolsa durante media hora (no sé si esa es la cifra real) para que se aclimataran, así que metíamos todas las bolsitas en el acuario. Creo que después había una discusión de las cosas que podían pasar y las que no podían pasar cuando uno sabía que estaba soñando. En la cocina todo era oscuro y azulado.

Después soñaba que Yoshihara Sensei me ponía sobresaliente en mi independent research paper con una nota que explicaba que el trabajo estaba muy bien hecho pese a no haberme encontrado con ella para asesorías ni una sola vez.


Estaba en el campo con mi mamá, tal vez en Anolaima. Ella me regalaba una especie de ringlete con el que me divertía un montón mientras tomábamos fotos. Después íbamos a recoger naranjas.

De repente estaba en Bogotá. Iba a un supermercado y compraba un pack de diez jugos Piti. En la caja me quitaban uno pero no me decían nada ni me devolvían la plata. Así, sin más, rompían el plástico, sacaban un jugo y me entregaban el paquete deshecho. Yo me quejaba y el administrador me trataba mal. Por un momento contemplaba la posibilidad de robarme el jugo que me habían robado (el de pera) pero desistía. La cajera me decía en secreto que el administrador era así de deshonesto y el engaño de los jugos venía pasando sistemáticamente gracias a la estantería defectuosa en la que estaban dispuestos. Intentaba explicarme otro poco sobre el funcionamiento irregular del supermercado pero no la podía oír bien porque se había alejado de las cajas. Me acercaba a ella y de pronto se la llevaban para demostrar una plancha de pelo en su cabeza. La rodeaban las cámaras mientras le halaban el pelo y se lo planchaban. Yo iba a una caja diferente e intentaba devolver el paquete y que me devolvieran la plata. Me respondían de mala manera que no. Explicaba que yo acababa de volver de Japón y en Japón se podían devolver las cosas en los supermercados. Me decían que en Colombia era distinto, amenazaban con llamar al administrador y me tocaba quedarme sin mi jugo y sin mi plata. Maldecía mi regreso.

Visitaba a una tía abuela que en realidad no tengo. Estábamos montadas en un tren, en un vagón sin carrocería y cubierto de grama, y veíamos pasar casas gigantescas, unas derruidas y otras muy bonitas. La tía se recostaba contra mí. Nos cruzábamos con otro tren. El maquinista era un tipo de ojos azules muy bonito, gringo. Me preguntaba mi nombre. Conversábamos un poco. De repente estábamos en una de las casas derruidas el maquinista, otra gente y yo. Había otro extranjero posando para unas fotos. Los espacios de las ruinas eran hermosísimos, cubiertos de gravilla y con mucha luz interesante como para tomar fotos.


Volvía a Naoshima, aunque no se parecía en nada a Naoshima. Había línea férrea en la isla. Yo tenía que encontrarme con alguien (no recuerdo quién), y tomaba el tren. Recordaba haber tomado el ferry y estaba sosteniendo el tiquete de este trayecto. Me pasaba de estación. Estaba rodeada de ancianos. Decidía bajarme donde todo el resto lo hacía. Resultaba colada en una visita a una fábrica. Intentaba salirme de la fábrica sigilosamente pero de repente una señora con pinta de secretaria de la universidad (señora mayor amable) llamaba mi nombre. Yo estaba subiendo unas escaleras pero me sentía cada vez más débil. Quería ignorar a la señora pero ella me veía desde los escalones superiores y me preguntaba por qué no respondía si me necesitaban urgentemente. Alguien me estaba buscando. Era mi mamá. Yo no podía creerlo. ¿Cómo me había localizado? (La lógica del sueño dictaba que ella había trazado la información de mis tiquetes de viaje comprados hasta ahora.) ¿Por qué no me había llamado al celular? Ahora ella estaba abrazándome y llorando de la emoción. Yo quería llorar pero no tenía fuerzas. Le confesaba que estaba muy enferma. La secretaria nos llevaba a una especie de consultorio localizado en lo que parecía ser un centro comercial de barrio. Me traían un montón de comida rica. Solo recuerdo que había gyouza.

Aparecía M., la ex amiga que me odia. Había estado intentando saludarme pero yo la había ignorado en medio del ajetreo de mi mamá y la convalescencia y la confusión resultante. Me sonreía ampliamente y me preguntaba por qué no la reconocía. Yo le decía que estaba enferma y le preguntaba a otra señora japonesa por qué había aparecido esta niña, cómo había llegado hasta acá. No podía explicarme en absoluto su cambio de actitud para conmigo. Entonces ella me decía que todos estábamos muertos y por eso nos estábamos encontrando. Me costaba creerlo.

De repente me encontraba intentando subir otra escalera pero dentro de una casa en la misma Naoshima. Alguien iba a bajar, un japonés de unos sesenta años, y yo estaba bloqueando el paso porque de la debilidad no podía avanzar y me costaba retroceder.


Estábamos en la casa de mi tía con mi familia y Cavorite. Él tenía carro y salía a dejarlo no sé dónde mientras mi papá golpeaba donde los vecinos para gritarse con una señora porque nos había rayado la puerta del garaje con su carro o algo así. Mi mamá decía que últimamente mi papá andaba peleando con todo el mundo menos conmigo; yo decía que eso se debía a que yo sabía cómo tratarlo. De repente tenía la certeza de que esto era un sueño y decidía despertar para comentárselo a Cavorite, quien estaría durmiendo al otro lado de la cama.

Abrí los ojos. No hay nadie a mi lado. Esta no es una cama sino un futón.


Todas las del curso íbamos a un evento en Yokohama. Una de ellas tenía un vestido negro transparente de la cintura para arriba (y no llevaba brasier) pero no se daba cuenta sino hasta que me encontraba mirándola. Se veía lindísima. Se avergonzaba pero yo le decía que debería hacer como si fuera a propósito y mostrar sin pudor. Otras compañeras estaban de acuerdo y la instábamos a que se quedara así. Yo no podía dejar de mirarla.