Estaba en una juguetería llena de juguetes de madera de colores, como los que abundaban cuando yo era chiquita. Había muchas piezas en forma de letras. También había Barbies viejas con los pies mordisqueados y el pelo tieso. Yo buscaba una Barbie sesentera de las que venden en Kiddy Land y lamentaba no haberla comprado cuando vivía en Japón. Tenía sentido que no la tuvieran, si todas las muñecas de la tienda eran claramente usadas y la que yo quería era nueva.


Estaba en el palacio de Versalles. Estaba lleno de cosas barrocas que no me gustaban pero reconocía el mérito de los restauradores. Aparecía Madonna (joven) y me contaba que estaba triste porque siempre tenían que photoshopearla y no podía ser ella misma en público. Era pelinegra y crespa como en el video de "Like a Prayer". Yo quería darme besos con ella pero me tenía que ir a bañar.


Había un video en televisión sobre cómo cuando j. estaba en el servicio militar lo habían agredido durante una manifestación. Yo no sabía que era él hasta que hacían un acercamiento al pobre patrullero golpeado y reconocía la cara.

Llegaba a trabajar en lo de hablar con ancianos vestida de colores y la jefa nos mandaba a mí y a otros compañeros a devolvernos y cambiarnos por pintas monocromas. Me iba. De pronto una doctora me diagnosticaba diabetes y dictaminaba que había que amputarme la pierna izquierda. Al principio yo me mostraba estoica ante la decisión, pero cuando llegaba la hora de la operación yo me echaba a llorar del terror y le decía a doctora que por qué me iban a operar si la pierna no me dolía en absoluto. La doctora me decía que a mi edad a ella ya la habían operado de diabetes, que yo no me había cuidado y por eso ahora tenía la pierna como la tenía. Le decía que al menos ella podía llegar a vieja caminando, pero a mí me quedaría el resto de la vida sin poder hacerlo. Bajaba escaleras rápido solo como para no olvidar esa sensación después. Llegaban mis papás, me traían unas uvas chiquitas medio transparentes deliciosas y mi papá decía que adelante con la operación. Yo pensaba que me daría menos miedo si hubiera plata para una de esas prótesis atléticas con la cual pudiera correr. No obstante, me aterrorizaba pensando en el fenómeno de la pierna fantasma. Insistía. A mí no me estaba doliendo la pierna, no entendía por qué habría de perderla. La doctora me volvía a examinar. Me apretaba las piernas en busca de dolor. Mis piernas estaban descamadas y tenían las venas hinchadas. Todo el tiempo pensaba que tal vez la amputación tendría lugar no debido a la diabetes sino al erythema ab igne, que esto me estaba ocurriendo por haber dejado la pierna cerca del radiador demasiado tiempo durante el invierno. Maldecía mi ignorancia frente a las fuentes de calor.

Cuando desperté, me di cuenta de que estaba dejando la pierna izquierda quieta. No empecé a moverla sino hasta por ahí media hora después.


Vivía en Lyon. Me pasaba el tiempo paseando en un tren que no era subterráneo. Cruzaba el Rhône y el Saône como se cruza el Han en Seúl. La Presqu'île tenía unas ruinas grandes de edificios destruidos en la guerra al estilo del domo de Hiroshima. Las ruinas tenían columnas torcidas que colgaban hacia afuera. Yo pensaba que me aburría mucho en la ciudad, que j. tenía razón cuando vivía ahí y se aburría también.

Llegaba a un Carrefour que aún no estaba abierto. Cuando al fin se podía entrar mi mamá me ponía a elegir chocolates. Yo veía puros Hershey's pero quería Lindt.

Al anochecer me ponían a fumar una pipa larguísima que expelía un humo rarísimo, como una versión gaseosa de un tafetán rojo de visos verdes. Decían que lo que uno fumaba era sangre de serpiente o algo así. Uno la veía hervir por un orificio de la pipa. Había que meterse en un río para fumar. Cuando exhalaba botaba fuego por la boca, pero no me quemaba. La señora que estaba a cargo de esta ceremonia me decía que como había tomado cinco bocanadas, iba a ver cinco alucinaciones que eran mis cinco problemas principales. Me explicaba el primero. Creo que me decía que yo no creía en mí o que tenía miedo de algo, pero eso bien puedo estar inventándomelo. Le decía que tenía razón.

Hablaba con una japonesa. Me decía que uno de los sueños de su vida era conocer a alguien cuya lengua materna fuera el español. Yo traducía en mi cabeza al español la frase "alguien cuya lengua materna sea el español" y pensaba que este idioma las frases suelen complicarse al traducir.


Vivía en un dormitorio en Tsukuba. Ya se iba a acabar mi estadía en el lugar cuando me daba cuenta de que una niña de mi curso también estaba allá. Me contaba que había pensado en suicidarse. Pese a que nunca había tratado con ella en mis años de colegio, me daba pesar haberme enterado tan tarde de que tenía una vecina con la que habría podido hablar.


Soñé que estaba leyendo uno de los libros que me regaló j (Jardines de Kensington, de Rodrigo Fresán). Me asombraba estar avanzando tan rápido en la lectura.