Estaba en Japón, en una tienda tipo Loft o Muji con j. Ibamos a comer —la tienda tenía restaurante incluido— pero solo quedaban quince minutos para ordenar. j. se iba a mirar cosas por ahí mientras yo miraba el menú. Había pizza de mazorca con mayonesa (esto existe de verdad). No me llamaba mucho la atención. Una cajera se ponía a explicarme (en japonés, claro) una promoción según la cual si compraba tal cosa me regalaban una bolsa de tela blanca más bien fea. Yo le decía que solo me quedaba un minuto para ordenar y ella se me lo estaba gastando. Ella me decía que esperara a que ella terminara y tomaría mi orden como si estuviéramos a tiempo. Yo hacía un comentario gracioso, ella se reía y de pronto se daba cuenta de que había perdido el hilo del discurso que venía soltando de memoria como buena vendedora japonesa. Me lo hacía saber entre risitas, casi como si estuviera aliviada de haber tenido un instante de espontaneidad. Me alegraba haber causado esa ruptura en su cabeza. Ah, los japoneses y sus cortocircuitos.

Al fin yo no ordenaba nada. Me retiraba de la caja hacia la puerta de vidrio. Veía exhibido un catre plegable (como esos que se le doblan al Pato Donald estando dentro como un sándwich) color naranja, de plástico con huecos circulares grandes. Bluelephant volvía de su expedición por el almacén. Le preguntaba si había encontrado algo bueno para comer. Me decía que no. Yo tampoco. Salíamos.


Alguien ensayaba a hacerme un peinado extraño pero bonito. Había una fuente hermosa en el sitio donde me encontraba. Al parecer era más linda en invierno. Creo que también me probaba unos vestidos, o yo estaba aprendiendo a hacer vestidos.

Por alguna razón tenía que usar en secreto el baño de un edificio. Entraba. Los interruptores eran como en Suiza. Dejaba la puerta abierta. Una señora me pillaba y llegaba corriendo al baño dispuesta a pegarme. Yo cerraba la puerta, pero ya era demasiado tarde. Ella la abría violentamente y me encontraba haciendo cara de inocente, sentada. Yo le decía (sin pararme) que solo era una niña que necesitaba el baño. Ella se disculpaba.


Estaba buscando señal de celular para mi iPhone en China, pero mi proveedor me castigaba desconfigurándolo durante 24 horas. Encontraba una especie de señal pirata (china, jajaja) que me mostraba cosas rosadas y brillantes en chino. Yo estaba buscando el contacto de Himura porque había quedado de verme con él. Era una búsqueda infructuosa.

Todo esto sucedía mientras yo estaba en una especie de sala VIP de un centro comercial chino con mi mamá. Yo le explicaba que todos estos servicios eran carísimos para los chinos pero baratísimos para nosotros. Uno de los servicios (para relajación) era ponerle a uno cachorritos a que le chuparan a uno los dedos de la mano. Yo tenía perritos a cada lado y no podía quitármelos de encima.

"No sé si se siente bien o mal", le decía a mi mamá.

Después me pasaban otros perritos pero estos tenían dientes. La sensación seguía siendo un poco desagradable.

De repente resultaba que no estaba esperando poder comunicarme con Himura sino que debía haberme ido a mediodía en tren para encontrarme con Cavorite en algún pueblo europeo. Ahora eran las 5 de la tarde y quién sabe cómo había dejado pasar tanto tiempo.

Pero seguía en China. Ahora una china pequeñita y flaquita me hacía masajes en el cuello y hombros.


Estábamos en una convención de programas de ciencia ficción. Veía a Brent Spiner. Encontrábamos a Leonard Nimoy disfrazado de Bela Lugosi en su rol de Drácula. Nimoy le hablaba a Cavorite pero no a mí. Estaba emocionada de tenerlo al frente, pero ¡quería que me hablara a mí! Al fin y al cabo Cavorite no era fan de Star Trek y yo sí.


Me agarraba a puños con Himura. Yo sentía el dolor del puño en mi cara, pero con todas mis fuerzas le mandaba golpes y más golpes. Estaba llena de ira.