Estaba en Jerusalén quedándome en un hotel sola. Llevaba hijab. Salía a dar una vuelta, pero decidía volver pronto para usar el wifi de mi cuarto en vez de pagar por un café internet. Entonces llegaba al lobby un grupo de terroristas judías extremistas (entre ellas la chef y la que vive en Canadá con un basset hound, ambas compañeras casadas del curso) y se ensañaban conmigo por ser descendiente de libaneses. La chef tenía un arco y me apuntaba la flecha entre las piernas, así que me veía obligada a acompañarlas a la terraza del hotel, donde vaciarían tubitos de químicos en el tanque de agua para envenenar a todo el mundo. Decían que me perdonarían la vida, así que me quedaba pensando de dónde sacaría el agua para beber este último día mis vacaciones. Ya en la cima del edificio, tras perpetrar el acto, una de las terroristas (desconocida) se lanzaba a besarme el lunar del pecho. Ya envuelta en este entuerto político-religioso, lo mejor que podía hacer era disfrutar aquel ataque personal.
20100113
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