Volvía a Los Andes.

Estaba en un recinto de paredes grises donde escuchaba a la gente hablar de sus proyectos de tesis. De pronto una profesora se me acercaba y me preguntaba que al fin qué pasaba con la mía. Le pedía que me escuchara, le decía que ellos nunca me habían escuchado mientras fui estudiante de allá, que al menos ahora por fin me estaban tomando como miembro del departamento. Le contaba que me había ido en 2006, que todo este tiempo había estado en Japón pero había regresado a terminar. Me preguntaba qué quería hacer y le decía que no estaba segura, aunque tenía un deseo que no me atrevía a manifestar. Mientras hablábamos notaba que la hoja donde alguien había escrito su propuesta de tesis tenía un dibujo a lápiz de Saturno. En la conversación salían a relucir diversos proyectos en los que yo había tomado parte pero que no tenían absolutamente nada que ver con mi carrera y que yo trataba como si no tuvieran la menor importancia para mí.

La profesora se reunía con otros miembros de planta y discutían a ver si me dejaban continuar en la universidad después de todo este tiempo. El veredicto de ellos era que la literatura no era lo mío, que debería dedicarme a otra cosa, que me la había pasado haciendo cosas no relacionadas con el área de estudio, que ni siquiera había sido capaz de decir sobre qué quiero hacer mi tesis. Entonces yo explotaba y les gritaba "¡¡¡QUIERO ESCRIBIR UNA NOVELA!!!"

Se reían de mí y preguntaban sobre qué.

—¡No lo sé! ¡Eso explota en el camino! ¿Nunca han escrito? ¡Podré no saber de literatura pero sé que quiero escribir!

Me ponían a prueba, dándome un plazo para escribir una frase que los conmoviera. Yo asumía el reto, convencida de que lo superaría.

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