Tengo un vago recuerdo de haber tocado la espalda de Himura y sentirla carrasposa.

Veo una calle estrecha y pedregosa, parece España, o la imagen que me hago de alguna ciudad de España. No sé qué pasaba ahí, pero de repente estaba yo en una especie de bar con Azuma. Tenía el corazón roto y me dedicaba a vaciar botella tras botella de una cerveza que sabía a raspberry ginger brew. Azuma se reía con ganas de mi afán de beber. A mí me gustaba el sabor del trago y tenía mucha sed. Estaba segura de que no podría emborracharme con algo que supiera así, pero aparentemente ya me estaba prendiendo. Azuma me sacaba de ahí y me llevaba a su cuarto, un recinto de paredes de madera poco iluminado, cálido. Yo anotaba que tenía dos camas pese a vivir sola. Ella se reía y, sentadas en una, empujábamos la otra con los pies hasta estrellarla contra la pared.

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