Estaba en Seúl buscando lugares interesantes para conocer según el mapa del metro y decidía ir a un monte cuyo nombre nunca llegaba a pronunciar bien (a veces me equivocaba y decía Ararat pero el nombre era más parecido a Arirang). Me encontraba con una pareja joven coreana que me ofrecía helado. Me hablaban en coreano. La mujer decía "oishii!" al probarlo y yo pensaba "hm, 'delicioso' en coreano suena igual que en japonés". Yo respondía al principio en japonés ("tashika ni oishii"—"en efecto, delicioso"), pero me daba vergüenza y les hablaba en inglés. Ellos también sabían inglés, pero luego el hombre me hablaba en japonés. Me decían que el monte Arirang era aburrido, que no había nada que hacer allá.

Como estaba haciendo cambio de trenes para ir a Arirang pero al fin resultaba mejor no ir, me quedaba donde estaba, que sería quién sabe en dónde. Había un lago con un bote grandísimo lleno de agua. Al parecer esto ya no era Corea y yo había estado esperando durante mucho tiempo la oportunidad de montar en bote sobre ese bote. Un bote dentro de un bote dentro de un lago. Los botes parecían tinas de bebé. Lo atractivo del plan era que el bote grande se movería a toda velocidad en el lago y los botes pequeños serían arrastrados. Era divertido. Divertido hasta que me daba cuenta de que uno de los botecitos estaba hecho de palma tejida y estaba lleno de niños indígenas apeñuscados, tirados ahí bajo el sol. Ya en tierra firme le preguntaba al dueño de la atracción el porqué de los niños desnudos hacinados. El señor decía que se trataba de recrear vívidamente la experiencia de estar en el Amazonas. Pero los niños están ahí sufriendo, decía yo. Oh, no, a ellos les gusta estar así, respondía él.

De pronto estaba buscando un bus/tram de regreso no sé adónde. Estaba pagando el tiquete en el torniquete de entrada de la estación y veía cómo se me pasaba bus tras bus mientras yo buscaba monedas de 50 y 10 won en la billetera.


Soñé que j. se cortaba el pelo y ya no tenía que recogérselo. Se veía como en sus fotos viejas, aunque con la cara de ahora. Yo le preguntaba por qué lo había hecho en Corea y no se había esperado hasta regresar a Bogotá. No obtenía respuesta.


  1. Estaba en Crepes & Waffles con mi familia y pedía un helado mitad naranja-canela (debería existir; eso tiene que ser muy rico), mitad choco rochelle.
  2. Regresaba a Bogotá y encontraba que había tren urbano. Lo tomaba. Veía por la ventana cómo atravesaba mi barrio y doblaba varias esquinas.


Sueño confuso. En una esquina, segundo piso, vivían las Tortugas Ninja (y Splinter, claro). Había un incendio terrible en un centro comercial. Se armaba el caos. Había gente tirando banderillas (como las de los toros) encendidas al apartamento de las Tortugas Ninja, como para propagar el gran incendio por muchos lugares. Yo hablaba de esto con mi vecino Julián. Era de noche.


Mi tío Ja. iba caminando por la calle conmigo y me decía que extrañaba esa época de la vida en la que uno podía ser uno mismo.


Estaba parada en la cancha de basketball que queda camino a Música en Los Andes. Veía cómo los edificios de las facultades cambiaban, los renovaban, los modernizaban. Recordaba dónde quedaba el Y. Decía que me gustaban mucho las instalaciones de la universidad.


Estaba en una tienda de souvenirs en Chicago. Buscaba imanes. Había varios productos que hacían alusión a la herencia irlandesa. Imanes verdes y dorados con tréboles. De pronto, alguien aparecía en algún pasillo (un señor grandote con camiseta de béisbol) y me pasaba un teléfono. Era una llamada para mí: mi tío Ju. y mi primo JF.


Me inventaba una excusa para volver a Suiza. Tenía algo muy importante que hacer, una especie de papeleo. Corría por la calle y miraba los letreros alrededor para saber a qué parte del país había llegado. Todo en francés. Todo en Helvetica. Ginebra. Ahora tendría una oportunidad para volver a ver a Cavorite. Hacía cálculos de cuántos días podría faltar a clase antes de tener que regresar. Si me quedo hasta el fin de semana, pensaba, podría proponerle que vayamos a Zermatt.

Pero entonces, de repente, caía en cuenta de que había llegado sin visa. No me habían revisado en el aeropuerto a mi arribo, pero temía mucho que fueran a hacerlo en la partida. Sabía que tendría que calmarme porque ya no había nada que hacer. De todas maneras tenía planes de volver a Suiza así de rápido todavía una vez más, muy pronto.