Anoche soñé que me encontraba a la espera de ser ejecutada. La próxima semana moriría a manos de la justicia por causas desconocidas. Aparentando calma jugueteaba en mi mente con la posibilidad del suicidio para evadir el pelotón, o lo que fuera que acabaría con mi vida. Para Himura el asunto no representaba mayores angustias: la condena estaba ahí y había que enfrentarla. Me encontraba con una niña del curso (de todas las niñas del curso, justo una con quien no hablé mucho: la que se casó y se fue a Suiza) y le escribía un mensaje sobre un objeto de madera mientras le hablaba de lo afortunada que era al contar con el lujo de poder hacer planes a largo plazo. La idea del dolor y de la nada que le sucedería me aterrorizaba, pero yo aún sonreía. El dolor, ¡el dolor! Un dolor por encima de todo dolor jamás experimentado, y luego... ¿y luego qué?
Entonces tuve otro sueño. Entraba en un baño público de piso de piedra arenosa, pero la cabina que tomaba tenía un defecto: aunque cerrara la puerta, cualquiera podría verme de todos modos, pues el sanitario estaba localizado frente a una pared faltante al lado de la puerta inútil. De repente me encontraba con el hermano de Himura y le decía que estaba encantada de verlo pero que por favor me esperara un momento puesto que estaba recién bañada y envuelta en una toalla y debía vestirme. Lo extraño es que en ambas situaciones yo no experimentaba vergüenza.
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